EL DESARROLLO Y LA NECESARIA REACTIVACIÓN

Edgar J. Chamorro M

Asesor Fundación Esquipulas.

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Un año después del inicio del COVID-19 vemos difícil en Centroamérica la posibilidad de retornar rápidamente a la situación económica que teníamos a finales de 2019, año que viene siendo la línea de base para la reactivación. Pero la situación es más compleja y no lineal. 

La paralización económica del 2020 fue la más pronunciada desde la segunda guerra mundial. Se regresó una década atrás, pues el PIB mundial per cápita retrocedió a niveles del año 2000. Recientes estadísticas del Banco Mundial registran para 2020 una caída del Producto Interno Bruto mundial del orden de -4.4%, lo que a su vez se tradujo en un menor intercambio de mercancías, estimado en -9.2% por la Organización Mundial de Comercio (OMC). Noticias muy preocupantes.    

Los rezagos económicos y sociales en nuestra región están a la vista. Por citar algunos: pobreza y desigualdad, elevados niveles de desempleo y subempleo, crisis alimentaria y nutricional, deserción escolar, altos contingentes de emigración y otros factores de carácter político, que al sumarlos conforman un estado de situación que compromete incluso la incipiente gobernabilidad en algunas naciones. 

¿Qué fue lo que sucedió realmente en el 2020? ¿Cómo realmente debemos ver lo sucedido? Habrá tantas interpretaciones que no alcanzaría el papel para reseñarlas, pero sí es evidente de que primero hay que analizar el origen de los problemas y sus efectos, para después plantear renovados escenarios a futuro. Lo que sí está claro es que esta crisis provocada por el COVID-19, puso en evidencia los problemas estructurales de estos países, tanto de orden económico como sociales y políticos institucionales.

Hay que tener a la vista que en nuestros países el actual modelo económico tiene como objetivo el crecimiento de la economía a través del circuito inversión-producción-consumo-exportación, el cual por sí solo ha resultado ser limitado para atender las necesidades de toda la población. 

Centroamérica pasó por procesos muy severos de ajuste estructural en la década de los noventa, que la fortalecieron lo suficiente para afrontar con relativo éxito la crisis financiera internacional de 2008, aunque sufriendo la ralentización de su comercio exterior. Después, ha obtenido crecimientos en el PIB, pero acompañado de mayores niveles de desempleo y pobreza, agregándose un incremento sostenido en las migraciones al exterior. En cierta forma, este comportamiento constituye una paradoja, un comportamiento atípico. Para el Banco Mundial esto se explica porque “los altos niveles de pobreza en Guatemala son una función de la exclusión social, el lento crecimiento y los retos para la sostenibilidad del crecimiento” , opinión que puede aplicarse a otros países del área. El corolario es evidente: los rezagos sociales necesitan de políticas propias, integrales y resilientes, que tiendan no sólo a mitigar sus propios efectos, sino que posibiliten el fortalecimiento del gobierno y la buena gobernanza, con transparencia enmarcada en el ejercicio del Estado de Derecho.   

Para ello, habrá que recuperar la visión de mediano y largo plazo, así como el interés colectivo. El ejercicio planificador se hace necesario pues los desafíos son de gran complejidad. Temas asociados a la salud y seguridad alimentaria; educación; cambio climático y mitigación de desastres naturales; pobreza y desigualdad, son prioridades. En materia económica, al tiempo que se implementan acciones para la reactivación, hay que planear las políticas de desarrollo futuro, tanto de índole macroeconómicas como aquellas orientadas al circuito microeconómico, teniendo presente la innovación y la competitividad.     

En conclusión, no se trata nada más de lograr una recuperación que nos regrese al año 2019, el cual está sirviendo de referencia para la reactivación. Se trata de fijar al mismo tiempo las guías y bases para transitar la senda del desarrollo. El mundo está en permanente evolución, es tiempo de hacerlo nosotros.