Al centro, por las periferias

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por María Paiz 

“De vez en cuando
camino al revés:
es mi modo de recordar.

Si caminará sólo hacia delante,
te podría contar
cómo es el olvido.”

Camino Al Revés, Humberto Akabal.

La paz como derecho para las mayorías será el reflejo de cuanto hemos avanzado como sociedad. Veo con mayor claridad en medio de la desesperanza, y enfatizo que no es por “agarrar el rábano por las hojas” como diría mi madre, sino por costumbre, porque desde que recuerdo hasta ahora la cotidianeidad para América Latina y especialmente para Guatemala aún avanza gateando y con hambre. El sentido de alerta no se apaga y cada día se enfrenta una ruleta rusa.

Al centro – por las periferias, invita a hacer un viaje no turístico a la médula de la consciencia y a repensar ¿cómo todas estas ideas han llegado allí?

Pensar es peligroso para algunos, por eso se invierte millonariamente en subsidiar la miseria vinculada a no leer, no comer, no beber, o dividir.  Recordando a Marcela Largarde “quienes no están de acuerdo <<en una causa>> hacen lo que siempre se hace en la lucha política: idealizar al enemigo (…) les plantean atributos y características peligrosas y muchas falsedades”. Todas las ideas que vienen a nuestra mente pasan rápidamente y en algunas ocasiones llegan para instalarse, todo eso pasa a formar parte de nuestra forma de reaccionar ante la vida, de nuestros hábitos, de nuestra cultura. Por eso es preciso tener cuidado con la costumbre o con la apatía. Demandar comida, trabajo digno, salud o educación no es rebeldía, es justicia. Si yo lo tengo ¿por qué no lo tienen los demás?

En materia ciudadana y política ¿cómo hemos construido las ideas de lo que pensamos, apreciamos o rechazamos al respecto?

Desde la juventud tenemos la posibilidad de participar en la edificación de una historia de paz, nuestra propia historia y una historia para todos donde nadie se quede fuera; tenemos el privilegio de diseñar desde hoy: futuro, de caminar hacia atrás recordando y al mismo tiempo de andar hacia adelante construyendo, porque ninguna idea vaga se sostiene a si misma si carece de historia. Porque ninguna lucha política triunfa en silencio, pues como diría G. Steiner “porque lo que no se nombra no existe”. ¿Por qué callamos?, ¿Por qué alzamos la voz hoy?

Para comprenderlo más a fondo se dio a la tarea de pensar en las palabras derechos, comida y educación y asociarlas a los pronombres posesivos mío, suyo o nuestro y me percaté de la profunda desigualdad a la que estaban asociadas y que algo urgentemente debía cambiar:

Mis derechos,                   mi comida,                mi educación.
Sus derechos,                 su comida,                 su educación.
Nuestros derechos,       nuestra comida,         nuestra educación.

Hemos aprendido a “guerrear” la vida, a “rifarnos” el físico con los peligros de la calle, “disparar” críticas o sermones a quién piense distinto, a luchar de manera permanente, a rechazar por sectores, colores, clases o etnias porque fue heredado de nuestros abuelos y ellos a su vez de sus abuelos, hemos aprendido violencia, hemos actuado en automático, como cuando se encendía la tele solo para tener bulla en casa, cediéndole a la vida nuestras ganas y entregándole al tedio la oportunidad de que la paz pueda ser posible.

Con datos de UNICEF el 49.8% (2019) de la niñez menor a 5 años vive en situación de desnutrición, 40% de ellos adicionalmente padece de anemia; la desigualdad es progresiva y aunque con la pandemia no tenemos cifras sobre esto, el coeficiente de Gini se elevó a 0.63 (2017) según PNUD y es de los más altos del mundo; según CONALFA se registra una tasa de analfabetismo en Guatemala del 12.31% (2016) y pese a que el objetivo de este espacio no es hacer una radiografía sobre ello, resultaba preciso hacerlo presente para tenerlo en mente.

La pandemia nos hizo un favor, caro por cierto, y fue ser más crudamente francos acerca de lo que está sucediendo, no existe la paz mientras tantos vivan con hambre de alimentos o consciencia.

Viajar al centro desde las periferias, implica recordar que no es real la “webinarización” de todo, los likes de las redes sociales, los seguidores Instagram, existe el mundo más allá de las pantallas, del aislamiento, más allá del silencio de las mascarillas y más allá de la costumbre que ha querido dominar nuestros corazones inquietos y cálidos de América Latina.

Viajar el centro implica reconocer que nosotros somos nuestro propio centro: las periferias, los pueblos, las comunidades no visibles cuando pasas frente a vecindarios de sectores altamente urbanizados, los barrios rodeados de verde en los barrancos de la Ciudad de Guatemala, las favelas de Sao Paulo, el cantón central de San José o los campamentos de Santiago, viajar al centro implica eso: volver a la raíz.

Viajar al centro será recuperar la alegría de nuestras comunidades, hacer las paces con los vecinos, resistir desde la organización y resurgir desde la magia del arte, la cultura y la creatividad, la participación comunitaria, el amor y la sonrisa, construir la paz desde lo cotidiano, desde la justicia, desde la mesa, desde el respeto, desde el COCODE o el vecindario.

Y entonces solo entonces, llegaremos al centro de todo esto – por las periferias. 

Breve Biografía

María Paiz 

Apasionada por la creatividad y las ideas para transformar los espacios inmediatos especialmente comunitarios y municipales, fiel creyente de la necesidad de crear oportunidades para la niñez y juventud, para luego cambiar nuestros mundos. Cree en pensar global, actuar local.

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