Esquipulas II: 37 años de un legado que sigue guiando a Centroamérica

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agosto 7, 2025
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Centroamérica no es una región condenada al conflicto, sino una región que ha sabido reinventarse desde las cenizas de sus guerras. 

Foto de archivo: Fundación Esquipulas para la paz, la democracia, el desarrollo y la integración
Foto de archivo: Fundación Esquipulas para la paz, la democracia, el desarrollo y la integración

El 7 de agosto de 1987, en la Ciudad de Guatemala, cinco presidentes firmaron un compromiso que cambió el rumbo de su historia: el Acuerdo de Esquipulas II. Aquel documento, impulsado por el presidente guatemalteco Vinicio Cerezo, fue más que una hoja de ruta para detener las guerras civiles que asolaban la región; representó una declaración de autonomía política, un acto de valentía diplomática y una apuesta por una paz que aspiraba a ser firme y duradera.

Para comprender su importancia hay que retroceder a la década de los ochenta, cuando Centroamérica vivía uno de los periodos más convulsos de su historia reciente. La guerra interna en Guatemala, el conflicto armado en El Salvador y la lucha entre sandinistas y contras en Nicaragua habían dejado miles de muertos y millones de desplazados. Honduras servía como retaguardia estratégica de operaciones militares y Costa Rica, aunque sin ejército, sufría las tensiones derivadas de su papel como mediador regional. En ese escenario, la posibilidad de reunir a los presidentes para buscar una salida negociada parecía remota. Sin embargo, Vinicio Cerezo, recién llegado a la presidencia de Guatemala tras el retorno a la democracia, entendió que había una oportunidad histórica para que la región resolviera sus propios conflictos sin imposiciones externas.

Un año antes, en 1986, la cumbre de Esquipulas I había abierto la puerta al diálogo. Fue un encuentro inédito: mandatarios con ideologías y posturas radicalmente opuestas sentados en la misma mesa para hablar de paz. Esa primera reunión permitió construir la confianza mínima necesaria para que, en 1987, el proceso se consolidara con Esquipulas II, oficialmente denominado “Procedimiento para establecer la paz firme y duradera en Centroamérica”.

Los compromisos acordados fueron ambiciosos: reconciliación nacional mediante el diálogo con las oposiciones internas y, cuando fuera necesario, decretos de amnistía; cese de hostilidades en todos los frentes armados; democratización a través de elecciones libres y observadas internacionalmente; respeto y promoción de los derechos humanos; fin del apoyo a fuerzas militares irregulares y compromiso con el desarme; atención humanitaria a personas refugiadas y desplazadas; y la creación de una Comisión Internacional de Verificación y Seguimiento con participación de la ONU, la OEA y cancilleres de la región. Por primera vez en su historia reciente, los países centroamericanos actuaron con unidad política para resolver sus diferencias y lo hicieron sin tutelajes foráneos, en medio de las presiones de Washington y La Habana.

El impacto de Esquipulas II fue profundo y tangible. En Nicaragua, el acuerdo abrió la puerta a un proceso electoral que modificó su panorama político. En El Salvador y Guatemala, aunque los acuerdos de paz definitivos se firmaron años después, Esquipulas sentó las bases para su consecución. A nivel regional, se crearon y fortalecieron instituciones como el Parlamento Centroamericano y el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), concebidas para dar continuidad a la cooperación política y económica. Los fusiles callaron progresivamente y, con ello, se abrió la posibilidad de reactivar economías locales, facilitar el retorno de comunidades desplazadas y permitir que la ciudadanía recuperara espacios de participación.

Treinta y siete años después, la región es muy distinta a la de aquel agosto de 1987. Aunque persisten desafíos significativos como la desigualdad, la migración forzada, el impacto del cambio climático y las tensiones políticas, también es cierto que Centroamérica ha demostrado que puede transformar su destino. El legado de Esquipulas II no se limita a lo que logró en su momento, sino que inspira a quienes trabajan para que la integración, la democracia y la paz sigan siendo objetivos alcanzables. La experiencia de aquel acuerdo prueba que incluso en los contextos más difíciles, el diálogo es posible y que la unidad puede convertirse en una herramienta estratégica para enfrentar retos comunes.

En este esfuerzo, la Fundación Esquipulas para la Integración Centroamericana, fundada por Vinicio Cerezo, y presidida por Olinda Salguero se ha convertido en un actor clave para mantener vivo ese espíritu. Su trabajo no se limita a preservar la memoria de los acuerdos, sino que busca proyectar sus principios hacia el presente y el futuro. La Fundación impulsa espacios como el Foro Regional Esquipulas, que reúne a líderes políticos, académicos, empresariales y sociales para reflexionar sobre los desafíos regionales, y el Encuentro Centroamericano de Líderes Emergentes (ECLE), que forma a nuevas generaciones en liderazgo, integración y desarrollo sostenible. También promueve programas de ciudadanía activa, como Ciudadanía más allá del voto, que fomentan la participación política informada y el compromiso con la vida democrática.

El mensaje que transmiten estas iniciativas es claro: la paz no es un punto de llegada, sino un camino que se recorre todos los días. No basta con recordar que en 1987 la región fue capaz de ponerse de acuerdo; es necesario preguntarse si hoy existe la voluntad política y social para mantener ese espíritu. La integración regional, uno de los pilares de Esquipulas, sigue siendo una tarea pendiente, pero también una oportunidad. En un mundo marcado por la interdependencia y por desafíos globales como la crisis climática o la transición tecnológica, actuar de manera conjunta puede significar la diferencia entre avanzar y quedar rezagados.

El 37 aniversario de Esquipulas II es una ocasión para celebrar lo conseguido, pero también para renovar compromisos. Si en 1987 fue posible sentar en la misma mesa a presidentes enfrentados por la guerra, hoy debería ser posible reunir a gobiernos, sociedad civil y sector privado para construir una agenda común que garantice el bienestar de las futuras generaciones. La historia demuestra que Centroamérica tiene la capacidad de escribir sus propias soluciones.

Esquipulas II fue un acuerdo de su tiempo, pero su esencia es atemporal: la paz debe construirse con democracia, justicia, participación y cooperación. Ese es el legado que la región debe custodiar y actualizar. No se trata de volver al pasado, sino de rescatar lo mejor de él para enfrentar un presente que, aunque distinto, también demanda visión, liderazgo y unidad. Porque, como enseñó Esquipulas, la historia no se escribe sola: se escribe juntos.

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