15 06 17
Mi reciente cercanÃa a la realidad guatemalteca, gracias a las invitaciones y al esfuerzo de la Fundación Esquipulas por profundizar la democracia, me obliga a pensar por qué este es uno de los pocos paÃses de la región que no ha hecho nada (o casi nada) para eliminar la desigualdad entre hombres y mujeres en el acceso a la representación polÃtica.
La fracasada discusión sobre la aprobación de la paridad en las candidaturas en marzo de 2016 y los infructuosos intentos posteriores por incluirla en las propuestas de reforma electoral pusieron en evidencia la persistencia de duros e impenetrables techos (de cristal, de cemento, de billetes) que junto con densos estereotipos condicionan las oportunidades de participación polÃtica de las mujeres. No solo es una cuestión de ausencia de reglas, sino además existen toda una serie de prácticas y formas de ver las cosas que atentan contra la capacidad de las mujeres para hacer polÃtica.
El debate de hace un año condicionó el éxito de todo el paquete de reglas electorales que se estaba discutiendo. «Si insisten con la paridad, se cae todo», dicen que se argumentaba en los pasillos legislativos para hacer que se retirara la propuesta de paridad de género en las candidaturas, perder la oportunidad de profundizar en la democratización de una democracia ansiosa (y necesitada) de regeneración y alejar a las mujeres de espacios de poder que les pertenecen en su calidad de ciudadanas en igualdad de condiciones con los hombres.
Estos meses se abre una nueva oportunidad. Una nueva discusión sobre nuevas reformas electorales está en ciernes. Guatemala tiene la oportunidad de mejorar sustantivamente su representación descriptiva, paso necesario para hacer que la agenda de género se incluya en el contenido de las leyes (representación sustantiva), pero también para mejorar la representación simbólica, aquella que manda mensajes claros a la sociedad y, en particular, a quienes aún dudan de la igualdad entre hombres y mujeres en materia polÃtica.
Si no se hace nada, las niñas guatemaltecas necesitarán, según Naciones Unidas, 224 años para igualar en derechos a los hombres de su paÃs. A pesar de lo contundente de este argumento, no es suficiente. Los demócratas latinoamericanos tenemos una responsabilidad importante en la persistencia de democracias excluyentes en la región. Necesitamos mejores argumentos, mejores polÃticas y convencer más sobre la importancia de una idea clave: una democracia no es medio democracia cuando falta la mitad de la población en las instituciones, sino simplemente no es democracia.
Por: Flavia Freidenberg
Fuente: Plaza Pública